martes, 6 de diciembre de 2011

(No sabía que título ponerle)

Desde el momento en que la vi salir del departamento supe que habrían problemas. Era la típica mina que esperas ver en una esquina hablando por la ventanilla del auto con un pelotudo que necesita un poco de “one night action”, como le decimos en el barrio (na, lo acabo de inventar), discutiendo el precio, porque encima de loser es tacaño. “No discrimines”. Me dije a mi mismo. “No debe ser taaan así”. Pero después abrió la boca y me di cuenta que no era así… era peor. No se si fue el aliento a **** lo que me repugnó más, o el hecho de que me saludó diciendo “Eh guacho, ¿todo bien?”. Desde ese preciso instante, una bestia que había podido controlar hasta entonces, salió a la luz. Mis ganas de asesinarla empezaron a aumentar, llegando a niveles a los que ni mi profesora de Inglés de sexto (de la primaria) había llegado (y eso que la odiaba a la hija de puta esa).

“¿No tenés algo más… movido?” me preguntó cuando prendí el estero del auto.

“¿Algo como qué?” le pregunté, esperando una respuesta que sabía no la iba a obtener.

“Y, no se… El dipy, o algo así.” En mi mente ocurrían miles de escenas dignas de una película de algún director copado de películas de acción, en las que la mataba una y otra vez.

“That’s it, bitch!” decía mi alter-ego imaginario mientras descargaba un cartucho de uzi en el cuerpo de esa cosa (no lo mencioné cuando la describí, pero era fea… MUY fea). Su sangre pintaba de rojo la escena, mientras yo me reía maníaticamente.

Pero nada de eso pasó (lamentablemente). “No, (hija de puta) báncatelo.” Le respondí una vez que volví a la realidad, y subí el volumen de From whom the bell tolls (si no sabés de quien te podés ir de acá) lo suficiente como para no escuchar como se quejaba de lo “satánica” que era la música (sé que dijo porque soy el escritor, pero no la escuché).

Luego de viajar por muuuucho tiempo, llegamos a nuestro destino. “Bajate” le dije, tan seco como pude. Me hizo una cara de culo tremenda, bajo del auto, y se fue al hotel donde la estaba esperando el padre.

Y yo me quedé ahí, viendolé el culo mientras subía por las escaleras (de cara asustaba, pero el culo lo tenía bien hecho… en los dos sentidos). Saqué un pucho del bolsillo de adentro del saco, lo prendí (estaba medio difícil fumar con el cigarrillo apagado), y me fui a buscar a mi próxima víctima… eh, digo, pasajero.

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